Allí estaba yo, aunque aún no sabía muy bien el por qué. Hubiese bastado con desconectar el teléfono ó dejarlo sonar sin atenderlo hasta que dejaran de insistir.
Al día siguiente acudiría como todos al tanatorio, y allí, seguramente,rodeada de sus vecinos y conocidos podría olvidarme del odio feroz que sentía hacia él. Pero no lo hice, y aún sabiendo con certeza lo que iba a ocurrir cogí el teléfono y descolgué.
¡Qué imbécil! me reproché, pero ya no había remedio, me vestí presurosa y salí a la calle, buscando un taxi que pudiera acercarme al Hospital. El taxista tenía ganas de charla, era un hombre joven y atractivo, por educación trataba de seguir su conversación pero me resultaba imposible.
Allí sentada, arrastrada en contra de mi voluntad, sólo sentía el deseo irrefrenable de escapar, de abrir la puerta y volverme a casa.
Traté de tranquilizarme,tenía la esperanza de encontrarme allí con mis primos, ó tal vez con mis padres. De este modo me habría resultado muy fácil mantenerme al margen. Intentaba convencerme de que a fin de cuentas para mi no era más que un compromiso, algo que tiene que hacerse y que a nadie le gusta.
Porque es de ley acompañar a la familia en un trance semejante, nada importaba que en lo que a mi respecta, mi tío hubiese merecido morirse solo como un perro.
La sala de espera estaba vacía, me estremecí. Mis esperanzas habían resultado vanas.
Resultaba irónico que fuese a ser yo una de las ultimas personas que lo viera con vida.Yo que tantas y tantas veces había deseado su muerte.
Salí afuera y volví a comprobar el número de la habitación, por desgracia no me había equivocado, estaba sola. Por un momento sentí la tentación de aprovecharme de la situación y entrar, nadie podría escucharnos, y vomitarle encima todo el odio y el dolor que me había causado.
Tantos años de silencio guardando las formas en las reuniones familiares cuando él estaba presente, tantos años de aparentar que nada pasaba, donde había pasado de todo.
Seguramente, pensé, esa era el único motivo por el que en realidad había venido, pero me contuve, y en ese momento perdí definitivamente los ánimos.
Levanté la vista y vi a mi tía, allí sentada como una estatua de piedra, seguramente había pasado por mi lado y yo no me había dado ni cuenta.
-¡Estabas aquí! , la dije aliviada. Pero ella no me contestó, levantó los ojos enrojecidos y volvió a bajar la cabeza sin mediar una palabra. Me acerqué a ella y sentándome a su lado la abracé, volvió a mirarme.
-A tu tío le queda muy poco ya.
-Lo sé. Dije yo.
Me sentí incomoda porque no sabía que más decirle. Quizás debería haberla estrechado aún más fuerte entre mis brazos, tal vez lograra así conmoverme y soltar una breve lágrima, algún signo que le demostrara que estaba siendo acompañada en su dolor, pero no podía, ante él mi corazón estaba reseco y duro como una piedra.
En ese momento un médico salió apresuradamente de la habitación haciendo sin querer realidad todos mis miedos.
Porque vi su rostro,sus ojos moribundos que se incrustaban en los míos, sus labios pálidos que murmuraban algo ininteligible, unas palabras que sólo yo pude entender, porque me estaba llamando a mi.
No sé por qué pero perdí completamente el miedo, me levanté y entré en la habitación, y allí a los pies de su lecho de muerte sus ojos me pidieron encarecidamente perdón.
Perdón por haberme violado cuando en mi inocencia aún confiaba en él. Perdón por sus toqueteos y sus acosos, por tantos años viviendo por su causa en el miedo y la vergüenza.
Su mirada suplicante me hizo comprender que yo no estaba allí por casualidad, simplemente él no podía irse sin haber obtenido mi perdón, si aún estaba vivo era solamente porque estaba esperando este momento.
Me acerqué a la cama, tomé su mano y asentí levemente pero con todo mi corazón. El respiró muy hondo y la vida se le fue abrazada al aire que escapó de sus pulmones.Todo quedó en silencio mientras en mi interior, a solas con él, escuchaba por fin la paz en su voz.
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