Ahora era su corazón el que le hablaba claramente, sabía lo que tenía que hacer y no le asaltaba ninguna duda ni el más leve remordimiento , ¿porque tardaba tanto en decidirse entonces?.
Prendió un último cigarrillo a las puertas del Hospital y se perdió unos instantes entre las volutas de humo.
El tiempo pasaba lentamente y cada segundo le parecía pesado y denso como una losa de acero. Con un esfuerzo de su voluntad se decidió al fin, arrancó el coche y se dirigió a casa.
Al abrir la puerta se detuvo un momento embriagado por aquel aroma tan familiar, sin saber muy bien porque recorrió una a una todas las habitaciones mientras su corazón latía desbocado.
Ni una lágrima asomó a sus ojos, solamente creyó oír las risas alegres de una antigua reunión familiar, pero le sonaron descoloridas y pálidas como fantasmas, ni tan siquiera se conmovió, pues eran sólo ya jirones de recuerdos debatiéndose en el olvido.
No lo pensó más, y cogiendo la bolsa de deporte que tenía preparada,abandonó la casa con paso firme y sin mirar atrás.
Cuando le dieron el alta preguntó por él, pero nadie supo darle razón. Ella intuyó entonces todo lo que había ocurrido, y comprendió que ya no volvería a verlo nunca más.
Se sentía mal consigo misma y deseó por enésima vez que todo hubiese sido un mal sueño.
Por un instante se miró a si misma con los ojos de él, sintió nauseas y cerró los ojos. Y así, sin saber muy bien ni como, volvió a sentirse fuerte otra vez.
Una mujer capaz de enfrentarse al mundo entero ella sola si fuera necesario.
Había sido su decisión, y la tomó, porque no tenía otro remedio.
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