No hay nada que nos muestre de forma más clara la falta de respeto que nuestra civilización manifiesta por la naturaleza, que nuestra política alimentaria.
Aunque pueda parecernos increíble, el valor del dinero se pone muy por encima del valor de nuestra salud y de la salud de nuestros hijos.
Los ganaderos y agricultores producen nuestros alimentos añadiéndoles auténticos venenos que acabarán formando parte de su propia mesa, pues ellos también son a su vez consumidores.
Y es que, lamentablemente, lo único que parece importarles es la cuenta de resultados, y si el balance económico resulta rentable, no se paran a pensar en las autenticas ponzoñas que inoculan en sus terrenos y sus animales, y que acabarán inevitablemente en su organismo, siendo la causa de multitud de enfermedades.
Los animales y las plantas son tratados no como seres vivos, sino como máquinas que producen alimentos, buscando constantemente en una loca carrera sin final, mejorar su productividad con auténticas aberraciones por las que siempre se termina pagando un precio.
El ejemplo más claro de todo este "sin-sentido" a sido la crisis de las "vacas locas". Todo lo que sucedió es un excelente ejemplo del tipo de perversiones alimentarias a las que podemos estar expuestos. Yo no soy biólogo, pero no hay que ser muy listo para intuir, que dar de comer carne a un animal herbívoro , (y para más INRI rumiante) , tenía que tener sus consecuencias.
Lo peor de todo es que en muchas de estas "innovaciones" alimentarias las consecuencias a largo plazo son absolutamente desconocidas, como es el caso de los transgénicos. Nadie sabe si tendrá ó no repercusiones importantes introducir en la naturaleza un organismo vivo modificado en un laboratorio.
Pero eso es lo de menos, lo único que importa es que para las empresas que han desarrollado su uso comercial, los transgénicos generan pingües beneficios. Este caso es además especialmente sangrante, porque los consumidores nos hemos visto indefensos al haber conseguido estas industrias hurtarnos el derecho a la información, pues no existe en la ley de etiquetado la obligatoriedad de informarnos sobre el origen transgénico de los distintos ingredientes que la industria alimentaria pueda utilizar en la elaboración de sus productos.
Por lo tanto pueden darnos lo que quieran, ya que, al no ser indispensable señalarlo, no podemos saber a ciencia cierta si el producto que estamos adquiriendo los contiene ó no, resultando así materialmente imposible manifestar nuestra oposición a estos alimentos de laboratorio, ejerciendo el derecho a no consumirlos.
Yo creo que en realidad el problema del mundo occidental es la falta de consciencia sobre lo que le estamos haciendo en a nuestro planeta.
Por nuestra tradición judeo-cristiana, percibimos la naturaleza y al mismo Dios como algo separado de nosotros. Nos creemos con derecho a manipularla, a dominarla y transformarla para nuestro exclusivo beneficio, sin darnos cuenta de que en realidad cualquier daño que pudiéramos infringirle, nos lo estamos haciendo únicamente a nosotros mismos.
Vivimos en un mundo donde hay cada vez más niños que creen que la leche nace en un tetrabrik, ó que la carne surge sin más de una bandeja de plástico. Siempre pensé que si cada vez que a alguien le apeteciese comer carne, tuviese que matar una vaca a sangre fría y cortar el mismo el trozo de su cuerpo que vaya a degustar habría muchos más vegetarianos.
Pese a nuestra falta de consciencia, la naturaleza siempre acaba poniendo de manifiesto su propia lógica. Podemos pretender ignorarla, pero todos sabemos que si continuamos viviendo de esta manera, sino asumimos esa " lógica biológica" que hace de nosotros solamente una más de las especies que habitan el planeta Tierra, estamos poniendo la rúbrica a nuestra propia destrucción.
Aunque pueda parecernos increíble, el valor del dinero se pone muy por encima del valor de nuestra salud y de la salud de nuestros hijos.
Los ganaderos y agricultores producen nuestros alimentos añadiéndoles auténticos venenos que acabarán formando parte de su propia mesa, pues ellos también son a su vez consumidores.
Y es que, lamentablemente, lo único que parece importarles es la cuenta de resultados, y si el balance económico resulta rentable, no se paran a pensar en las autenticas ponzoñas que inoculan en sus terrenos y sus animales, y que acabarán inevitablemente en su organismo, siendo la causa de multitud de enfermedades.
Los animales y las plantas son tratados no como seres vivos, sino como máquinas que producen alimentos, buscando constantemente en una loca carrera sin final, mejorar su productividad con auténticas aberraciones por las que siempre se termina pagando un precio.
El ejemplo más claro de todo este "sin-sentido" a sido la crisis de las "vacas locas". Todo lo que sucedió es un excelente ejemplo del tipo de perversiones alimentarias a las que podemos estar expuestos. Yo no soy biólogo, pero no hay que ser muy listo para intuir, que dar de comer carne a un animal herbívoro , (y para más INRI rumiante) , tenía que tener sus consecuencias.
Lo peor de todo es que en muchas de estas "innovaciones" alimentarias las consecuencias a largo plazo son absolutamente desconocidas, como es el caso de los transgénicos. Nadie sabe si tendrá ó no repercusiones importantes introducir en la naturaleza un organismo vivo modificado en un laboratorio.
Pero eso es lo de menos, lo único que importa es que para las empresas que han desarrollado su uso comercial, los transgénicos generan pingües beneficios. Este caso es además especialmente sangrante, porque los consumidores nos hemos visto indefensos al haber conseguido estas industrias hurtarnos el derecho a la información, pues no existe en la ley de etiquetado la obligatoriedad de informarnos sobre el origen transgénico de los distintos ingredientes que la industria alimentaria pueda utilizar en la elaboración de sus productos.
Por lo tanto pueden darnos lo que quieran, ya que, al no ser indispensable señalarlo, no podemos saber a ciencia cierta si el producto que estamos adquiriendo los contiene ó no, resultando así materialmente imposible manifestar nuestra oposición a estos alimentos de laboratorio, ejerciendo el derecho a no consumirlos.
Yo creo que en realidad el problema del mundo occidental es la falta de consciencia sobre lo que le estamos haciendo en a nuestro planeta.
Por nuestra tradición judeo-cristiana, percibimos la naturaleza y al mismo Dios como algo separado de nosotros. Nos creemos con derecho a manipularla, a dominarla y transformarla para nuestro exclusivo beneficio, sin darnos cuenta de que en realidad cualquier daño que pudiéramos infringirle, nos lo estamos haciendo únicamente a nosotros mismos.
Vivimos en un mundo donde hay cada vez más niños que creen que la leche nace en un tetrabrik, ó que la carne surge sin más de una bandeja de plástico. Siempre pensé que si cada vez que a alguien le apeteciese comer carne, tuviese que matar una vaca a sangre fría y cortar el mismo el trozo de su cuerpo que vaya a degustar habría muchos más vegetarianos.
Pese a nuestra falta de consciencia, la naturaleza siempre acaba poniendo de manifiesto su propia lógica. Podemos pretender ignorarla, pero todos sabemos que si continuamos viviendo de esta manera, sino asumimos esa " lógica biológica" que hace de nosotros solamente una más de las especies que habitan el planeta Tierra, estamos poniendo la rúbrica a nuestra propia destrucción.
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