Esto es un homenaje para alguien muy especial...
Nunca ví otros ojos como los de María, eran grises como la niebla pero tenían el brillo del fuego.
María era una mujer, como tantas de su generación, que nunca aprendió a escribir, su única ilusión era volver a ver el mar, que una vez, en su juventud se le enredó en el alma; pero nunca tuvo oportunidad, ella sola sacó adelante a sus cinco hijos, trabajando de sol a sol la tierra para darles un futuro mejor, y cuando fue una carga, entregada al cuidado de extraños, pero nunca se quejó,"así son las cosas", decía,"los jóvenes tienen que vivir su vida".
Cuando yo la conocí, estaba ya muy enferma, pero nunca perdió su sonrisa, de ella aprendí la humildad y la paciencia, en su cuerpo menudo aún se advertía la gracia de la juventud, el valor de la madurez, la sabiduría y la majestad de la vejez.
Una tarde, hace hoy dos primaveras, María supo que se estaba preparando su último viaje, entre los muros de la residencia, que nunca pudieron contener su espíritu, volvió a hablarme del mar; tomé sus manos entre las mías y la entregué mi pertenencia más preciada, un frasquito, con agua del mar de Galilea que recibí de mi madre, para que siempre me acompañara, ella sólo me sonrió, pero no dijo nada.
Hoy yace María, con el mar de Galilea entre sus manos, y un papel con unos versos que escribí pensando en ella, y allí se quedarán para siempre, hasta que este mundo cambie o se deshaga.
"Para tí, hija del crepúsculo,
que brillas en el hayedo,
en la colina rizada,
de suave pelo negro,
sobre la luna de plata de tus ojos grises,
la luz de las estrellas vive en un espejo,
tu corazón, era un ave marina,
que echó a volar una mañana
sobre una mar de azucenas,
dulces azucenas blancas."
Cuando mis pasos me lleven a cruzar las sombras del mar del oeste, y ojalá pronto suceda, sé que María estará allí, esperándome entre los míos.
Como tantas tardes, rodeará con sus manos nudosas mi rostro fatigado, y con un beso le devolverá la salud, y volveré a encontrarme con sus ojos de niña, mientras sonriendo me devuelve, sin decir una palabra, el frasquito con el mar de Galilea, que recibí de mi madre y entregué, a quién más lo amó y más necesitó su compañía.
Nunca ví otros ojos como los de María, eran grises como la niebla pero tenían el brillo del fuego.
María era una mujer, como tantas de su generación, que nunca aprendió a escribir, su única ilusión era volver a ver el mar, que una vez, en su juventud se le enredó en el alma; pero nunca tuvo oportunidad, ella sola sacó adelante a sus cinco hijos, trabajando de sol a sol la tierra para darles un futuro mejor, y cuando fue una carga, entregada al cuidado de extraños, pero nunca se quejó,"así son las cosas", decía,"los jóvenes tienen que vivir su vida".
Cuando yo la conocí, estaba ya muy enferma, pero nunca perdió su sonrisa, de ella aprendí la humildad y la paciencia, en su cuerpo menudo aún se advertía la gracia de la juventud, el valor de la madurez, la sabiduría y la majestad de la vejez.
Una tarde, hace hoy dos primaveras, María supo que se estaba preparando su último viaje, entre los muros de la residencia, que nunca pudieron contener su espíritu, volvió a hablarme del mar; tomé sus manos entre las mías y la entregué mi pertenencia más preciada, un frasquito, con agua del mar de Galilea que recibí de mi madre, para que siempre me acompañara, ella sólo me sonrió, pero no dijo nada.
Hoy yace María, con el mar de Galilea entre sus manos, y un papel con unos versos que escribí pensando en ella, y allí se quedarán para siempre, hasta que este mundo cambie o se deshaga.
"Para tí, hija del crepúsculo,
que brillas en el hayedo,
en la colina rizada,
de suave pelo negro,
sobre la luna de plata de tus ojos grises,
la luz de las estrellas vive en un espejo,
tu corazón, era un ave marina,
que echó a volar una mañana
sobre una mar de azucenas,
dulces azucenas blancas."
Cuando mis pasos me lleven a cruzar las sombras del mar del oeste, y ojalá pronto suceda, sé que María estará allí, esperándome entre los míos.
Como tantas tardes, rodeará con sus manos nudosas mi rostro fatigado, y con un beso le devolverá la salud, y volveré a encontrarme con sus ojos de niña, mientras sonriendo me devuelve, sin decir una palabra, el frasquito con el mar de Galilea, que recibí de mi madre y entregué, a quién más lo amó y más necesitó su compañía.
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RELATOS